domingo, 11 de diciembre de 2016

Charlotte Brontë

Algunos fragmentos de Jane Eyre, de Charlotte Brontë

El silencio era absoluto, la sombra grata. Apenas había caminado unos pasos y me detuve al percibir una cálida fragancia en el ambiente. No procedía de los rosales silvestres ni de los jazmines que colmaban el jardín. No: aquel nuevo aroma era el del cigarro del Sr. Rochester.
Miré a mi alrededor y escuché. Oí cantar a un ruiseñor, pero no distinguí ninguna forma humana ni oí paso alguno. Sin embargo, el aroma se hacía más intenso. Una enorme libélula voló a mi lado, se detuvo a los pies de Rochester y este se inclinó para examinarla. Avancé sobre la hierba, evitando hacer ruido; no quería que me descubriera. Pero cuando pasé cerca de él, que parecía absorto en contemplar la libélula, dijo, sin volverse:
Venga a ver esto, Jane. Mire qué alas tiene. Parece un insecto de las Antillas. Nunca he visto ninguno tan grande y hermoso en Inglaterra. ¡Ah, ya vuela!
La libélula se había ido. Yo intenté partir, pero Rochester agregó:
Quedémonos. Es triste permanecer en casa con un tiempo hermoso como este. Observe: mientras la última claridad del crepúsculo brilla a lo lejos, por el otro extremo del horizonte nace la luna.
(...)
—Irlanda está muy lejos, señor.
—¿Qué importa? A una muchacha como usted no creo que le asuste un viaje largo.
—No es el viaje, sino la distancia y el mar, que es una barrera que me separaría de...
—¿De qué?
—De Inglaterra, y de Thornfield, y de...
—¿De...?
—De usted, señor...
Lo dije casi involuntariamente, mientras lágrimas silenciosas bañaban mi rostro. La mención de Irlanda había dejado frío mi corazón, y más aún el pensamiento del mar, del mar inmenso, revuelto y espumoso, que habría de interponerse entre mí y aquel hombre a cuyo lado paseaba y a quien amaba de un modo superior a mi voluntad.
—Es muy lejos —repetí.
En efecto, Jane: el viaje a Irlanda es largo y la travesía incómoda y siento que usted, mi joven amiga, haya de verse obligada a... Pero ¿cómo ayudarla si no? ¿Experimenta usted algún sentimiento respecto a mí, Jane?
No pude contestar. Mi corazón desbordaba.
Porque yo lo experimento por usted dijo, sobre todo cuando estamos juntos, como ahora. Es como si en el lado izquierdo de mi pecho tuviese una cuerda que vibrara al mismo ritmo que otra que usted tuviese en el mismo lugar y se uniera de un modo invisible a la mía. Y si la distancia va a separarnos, temo que ese lazo que nos une se rompa. Por lo que a mí concierne, estoy seguro de que la rotura va a producirme un insoportable dolor.
Y tomándome en sus brazos me oprimió contra su pecho y unió sus labios a los míos.
¡Sí, Jane! continuó—. Le ofrezco mi mano, mi corazón y cuanto poseo.Le pido que viva siempre a mi lado, que sea mi mujer.
Una ráfaga de viento recorrió el sendero bordeado de laureles, agitó las ramas del castaño y se extinguió a lo lejos. No se percibía otro ruido que el canto del ruiseñor.
 (...)
Mr. Rochester, déjeme mirarle la cara. Vuélvase de modo que lo ilumine la luna.
¿Para qué?
Porque quiero leer en su rostro.
Una extraña luz brillaba en sus ojos.
Sí, quiero casarme con usted —dije.
Ven, ven conmigo y rozando mis mejillas con las suyas y hablándome al oído, murmuró: Hazme feliz y yo te haré feliz a ti.La opinión del mundo me es indiferente, y desafío la crítica de los hombres.
Ahora estábamos en sombras y el viento movía, con un apagado rumor, las ramas del castaño.



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