Más allá del mundo hay dragones
Beatriz Actis
I
Como una ráfaga,
dispensa
gestos
para un rostro
de
tristeza destemplada
y de curiosidad incierta.
Quemar las naves,
hundirse con el barco.
Todo
tendría
lugar
entonces.
Más allá del mundo
hay dragones.
II
Entre el sueño y la mañana
el viento avanza.
En las afueras
del aeropuerto de Bogotá,
tras ventanales
huele
a naranjas verdes
y a una luna
que asoma en las tinajas.
- dos -
Me pica la mano
- anuncia dinero -
mientras un hombre entrega a otro
con naturalidad
un fajo abultado de billetes
delante de mí, de todos
- como
si nada -
Uno de ellos se lo guarda en el bolsillo
en el medio de un pequeño recinto rutinario
con cabinas de teléfonos públicos
cuando yo estoy esperando mi vuelo
en el puente aéreo
y hablan de modo simpático
entre sí,
mientras tanto,
de cualquier tema y no del por qué
de la entrega del dinero:
que qué has hecho el último domingo
qué cómo has pasado las fiestas,
que cómo te han dicho que está todo
en la ciudad de Cartagena.
Una niñita con moños
de colores
en el pelo
grita en su silla
mientras la madre ocupa
una cabina
y espía con miedo
a los dos hombres del intercambio
sospechoso de dinero,
en tanto los dos hombres se saludan
hasta el próximo domingo
como si nada,
uno de ellos se lleva el fajo abultado
en el bolsillo interior de su traje liviano.
“Para que la gente mantenga
viva la esperanza”,
dice un muchacho y ríe
no sé de qué venía hablando, pero ríe,
tira un papel en el cenicero de pie
en el hall del aeropuerto
y se va hacia el aparcadero
de taxis.
Las voces en el noticiero de la televisión en tanto
hablan únicamente de masacres y de sicarios
y todo resulta o se vuelve familiar
y simple al lado de la idea
reiterada de la muerte.
Las caras de la espera en el aeropuerto
-
que
podrían ser en absoluto
las de cualquier otro lugar de América -
son caras de tránsito y cansancio repetido.
No hay juego
no hay sueño ni alegría
en el medio de la sala de espera.
Un carro con bebidas.
“Aguardiente antioqueña”,
pide un viajero
y en la televisión
anuncian monótonamente
la masacre de indios en Antioquia.
Pienso en aquella famosa división
entre turistas y viajeros.
Oscurece temprano en Bogotá
- voy rumbo a Cartagena -
oscurece en forma leve.
Quiero dormir y partir.
Partir ya, y nada más,
mientras los espejos
devuelven
alguna fatigada
versión
de mí.
III
En Cartagena no hay relojes
-
dicen
dos mujeres chilenas -
y todas las copas de todos los árboles
no aplacan la tenacidad del sol.
Más despiadada que la búsqueda
del silencio
es la búsqueda
de la sombra.
Quiero
que dure,
sin
embargo,
porque
este aire
me
llena de asombro
como
una noche
de
luto
o
como un día
de
fiesta.
IV
Temo morir de cólera
en este país
extranjero
lejano
como morían de malaria
aquellas lánguidas mujeres
inglesas
en las colonias africanas.
Pasa el camión
nocturno
de la basura
y mezcla frituras con frutas salvajes
de nombres sonoros,
olores amenazantes como selvas.
Una perra marrón
hace piruetas
tristes junto a su dueño,
vestida con una
capita roja y raída.
Me dan ganas de llorar.
Mendigos piden
monedas
y casi mendigos
venden de todo:
collares cigarros
pañuelos tarjetas
adornos pulseras
flores frutos tropicales
sombreros pájaros
míticos
serpientes.
Miro la noche
y en ninguna parte hay luna.
Guitarras suenan
y trompetas y tambores,
música de vallenato.
Parca, leve,
la luz de las velas.
La luna en Cartagena
(suenan trombones)
teme la noche.
Todos
niegan la peste ante los turistas,
todos,
como en Muerte en Venecia,
pero
en un delirio de ron y de calor.
Pocos
hablan ante nosotros
o se
habla de espaldas
de la
guerrilla eterna de cuarenta años
y los
paramilitares y las ciudades clandestinas
arrasadas
en la miseria de las selvas.
La Plaza de Santo Domingo,
iluminada por
fuegos que giran y trepan
desde las manos
de los malabaristas
hasta la
sinceridad de la noche.
Paraíso de
mutantes,
bellezas, miedos.
Cartagena.
- dos -
Sufre la luz
Sobre cabezas miserables.
El ciego baila.
Es un desdichado.
V
de luces
figuradas,
en la precariedad del paisaje
de bordes
turbios.
Hay
naves
- lo sé -
que
nunca
regresan.
En mis islas
no hubo destierro.
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