Oblicua (Poemas de BEATRIZ ACTIS)
Querida mía: te propongo
una visión oblicua con relación al universo.
Joaquín O. Giannuzzi
una visión oblicua con relación al universo.
Joaquín O. Giannuzzi
Bailamos con películas
Sally Bowles tiene las uñas
pintadas de verde.
Mia Wallace y Vincent Vega
bailan el twist
y ganan el trofeo del concurso de
baile.
Meryl Streep es Carrie Fisher
y usa una campera ceñida de jean
mientras canta una canción de Ray
Charles
que repite la frase:
“Tú no me conoces”,
y a continuación
(es la fiesta de cumpleaños de
Carrie)
Shirley Mac Laine que es Debbie
Reynolds, la madre,
le pide que se quite la campera
para cantar,
a lo que Meryl accede con
incomodidad y con desgano.
Shirley muestra entonces sus
largas piernas eternas
a través de un traje rojo que
brilla.
Las piernas de Shirley son
jóvenes y esbeltas
y por lo tanto no corresponden a
las de una mujer adulta
pero es que no se trata de una
mujer común y corriente
sino de Shirley, la bailarina,
se trata nada más ni nada menos
que de Irma la Dulce,
quien ahora canta una canción
que aquí en el fin del mundo
puso de moda Nacha Guevara,
y allí culmina la escena.
He leído previamente “Postales
del abismo”,
la novela de Carrie en la que se
basa la película.
También he leído “Adiós a
Berlín”,
sobre la que Fosse filmara
“Cabaret” en los setenta.
Únicamente veo las escenas
musicales
de esas tres películas (la
tercera es Pulp Fiction).
Y bailo
mientras contesto tus preguntas.
(Esto es lo que ves:
no tengo curiosidades que retarden la muerte)
*
Lloramos por cuadros
Antes de bailar con las
películas,
dedicamos momentos
importantes
de la vida a llorar por
cuadros.
Por ejemplo,
pintamos
obsesivamente
la “Mujer llorando”, de Cándido
Portinari,
y sólo podemos dejar de hacerlo
cuando aceptamos
al leer los diarios de Buenos
Aires
que el original se ha perdido
para siempre
en un incendio en el Museo de
Arte Moderno de Río de Janeiro,
en 1985.
Lo demás es caminar llorando por
estas calles de arena.
*
Algo parecido
sucede con un cuadro de Fader
que desapareció
de modo misterioso
de modo silencioso y avieso
de su casa de las sierras de
Córdoba,
más precisamente
de un pueblo llamado
Loza Corral.
El cuadro se llama “Las
colchas”,
es un óleo,
tiene un fondo rojo
sangrante.
Guardé durante largos años,
como un
secreto, mis copias,
los apócrifos,
las variaciones inútiles
de aquellos cuadros
que nadie volverá ya a mirar
ni a tocar.
Hay un viejo refrán que dice: El que sueña que se
muere, se muere.
(A lo de la desaparición del cuadro de Fader,
me disculparás,
lo acabo de inventar)
*
Extrañamos poetas
Bebíamos cerveza
en la noche
bajo la luz de la terraza,
y sobre los faroles cubiertos por insectos
permanecían las estrellas.
“En Santa Fe la cerveza es un refresco”, dijo mi
amiga.
“Granadina”, pensé,
mientras el calor subía desde la lajas,
el calor que nos había perseguido
desde las primeras horas de la mañana.
Con la lucidez que parece tenerse
para juzgar la vida de los otros,
hablábamos sobre el poeta
muerto de cirrosis.
“Es una pena”, dijimos.
“Un vértigo, una blasfemia”.
“Nos privó de su obra”.
“Es injustificable”.
*
Buscamos ojos
Un afiche de Festibelfilm
de Michel Folon
en el que se escapan
los ojos
de un hombre
hacia un cielo difuso
sus ojos ascienden
pero esa imagen
no resulta cruenta
sino inocente
*
Limpiamos bibliotecas
Compré una fotografía
de Jacques Prévert
de 1946
en forma de postal
publicada
por Editions du Désastre
en la que él está sentado
en un café de París
acariciando a un gato negro y
blanco
que duerme sobre la mesa.
(La compré por el gato)
Y la acomodé en la biblioteca
entre los libros caídos, con
polvo,
superpuestos.
Iba leyendo mientras tanto
la novela inconclusa de
Capote
que lleva la cita de las
plegarias atendidas,
la iba leyendo e iban rodando
una a una las hojas,
caían al suelo, desarmadas e
innobles,
en abandono del libro
descosido.
Aproveché además y acomodé
los estantes
y entre ellos, un regalo
reciente, simple:
mi primo trajo desde Lima la
colección
de las viejas poesías de
Vallejo.
A través de la ventana que
ilumina
y descubre rincones,
los colores antiguos,
extraños, repetidos
de la tarde.
La frase de Leonardo
está escrita al costado de
los libros
con una tenue tinta gris:
Las ansiedades
de la vida son nada.
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