miércoles, 4 de junio de 2014

Carver

LA BILLETERA DE MI PADRE - Raymond Carver

Mucho antes de pensar en su muerte,
mi padre dijo que quería descansar cerca
de sus padres. Los extrañaba mucho
desde que se habían ido.
Lo dijo tantas veces que mi madre lo recordó,
y lo recordé yo. Pero cuando los pulmones
se le quedaron sin aire y todo signo de vida
había desaparecido, se encontraba en un pueblo
a 853 kilómetros de donde más quería estar.
Mi padre, sin embargo, fue inquieto
hasta muerto. Hasta muerto
tuvo que hacer un último viaje.
Toda la vida le gustó ir de un sitio a otro,
y ahora había un sitio más al que ir.
El de la funeraria dijo que lo arreglaría,
nada de qué preocuparse. Una escasa luz
caía desde la ventana al suelo polvoriento
donde esperábamos aquella tarde
hasta que el tipo salió del cuarto del fondo
y se quitó los guantes de goma.
Traía el olor a formaldehído con él.
Era un gran hombre- dijo el de la funeraria.
Luego se puso a contarnos por qué
le gustaba vivir en este pueblo tan pequeño.
Este hombre acababa de abrirle las venas a mi padre.
¿Cuánto va a costar?- dije.
Tomó papel y lapicera y se puso
a escribir. Primero, los gastos de preparación.
Luego incluyó el transporte
de los restos a 22 centavos el kilómetro.
Pero estaba la ida y vuelta del de la funeraria,
no se olvide. Más, digamos, seis comidas
y dos noches en un motel. Incluyó
algo más. Añadió un recargo de
210 dólares por su tiempo y trabajo,
y allí lo teníamos.
Pensó que discutiríamos.
Había una mancha de color en
cada una de sus mejillas cuando levantó la vista
de sus cifras. La misma escasa luz
caía en el mismo lugar del
suelo polvoriento. Mi madre asintió
como si entendiera. Pero
no había entendido ni palabra.
Nada de aquello tenía sentido para ella,
empezando por la vez en que dejó su casa
con mi padre. Sólo sabía
que pasara lo que pasase
iba a sacar la plata.
Buscó en su bolso y tomó
la billetera de mi padre. Nosotros tres
en aquella habitación tan pequeña aquella tarde.
Miramos la billetera un momento.
Nadie dijo nada.
De aquella billetera se había ido toda vida.
Era vieja y estaba cuarteada y sucia.
Pero era la billetera de mi padre. Y mi madre la abrió
y miró dentro. Sacó
un puñado de billetes que pagarían
el último y más asombroso viaje de mi padre.



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