jueves, 4 de octubre de 2012

Diario de viaje



Río de orquídeas moradas
("Rosario 12", 3 de octubre de 2012)

El Imposible

   Cartas de amigos de Latinoamérica. A orillas del lago de Suchitlán discurre con placidez el pueblo colonial de Suchitoto, en el departamento salvadoreño de Cuscatlán. Su nombre significa “Lugar de pájaros y de flores”.
   Recibo un mensaje de Martha Eugenia desde San Salvador: “Recordándote en la Ruta de las Flores”.
   La ruta del bello nombre atraviesa la zona cafetera de El Salvador y sus bosques, y permite visitar Salcoatitán, en donde se cultivó la primera planta de café; Nahuizalco, con su iglesia del siglo XVII; Juayúa, cuyo nombre significa “Río de orquídeas moradas”; Apaneca, que preserva el sitio arqueológico de Santa Leticia, con testimonios y expresiones artísticas de la cultura maya.
  (Algo de los viajes vuelve cuando se pronuncia: Suchitoto-Apaneca-Nahuizalco-Salcoatitán- Juayúa).
  Cercana a la Ruta de las Flores está Tacuba. Y en Tacuba, ciudad enclavada en la cordillera Apaneca Ilamatepec, hay un lugar llamado Bosque El Imposible, un parque nacional que es un bosque tropical de montaña, en medio de una topografía accidentada, con farallones.
  Ocho ríos tienen su origen en el Parque; algunos de ellos son el Guayapa, el Ahuachapio, el Ixcanal, el Maishtapula, el Mixtepe. Todos fluyen hacia el sur.
  (Algo de los viajes, algo del profundo pasado se hace presencia cuando se pronuncia: Guayapa-Ahuachapio-Ixcanal-Maishtapula-Mixtepe).

“Barrigones” de la sierra de Apaneca
  En el sitio arqueológico Santa Leticia hay tres esculturas a las que se conoce como “barrigones”.
  En 1878, el viajero alemán Simeon Habel publicó un ensayo sobre esculturas monolíticas -hechas de una sola pieza de piedra- que mencionaba a tres "barrigones" situados en la zona. En 1963, el dueño de la finca Santa Leticia, que hoy da nombre al sitio, los “redescubrió” accidentalmente y, a partir de allí, equipos arqueológicos de museos y universidades los incorporaron a sus estudios.
  Más de setenta “barrigones” de similar estilo fueron hallados en otros sitios arqueológicos de la costa del Pacífico y de las Tierras Altas, aunque algunas piezas fueron descubiertas también en las llamadas Tierras Bajas: en Petén, Guatemala, y en Copán, Honduras.
  En El Salvador, entre fines del siglo XIX y mediados del XX, es decir, durante casi cien años, los monolitos de la Sierra de Apaneca estuvieron cubiertos por la vegetación, agazapados y mudos. Pero eternos.

Rumba y carnaval
  Cartas de amigos de Latinoamérica (II). Escribe Juan Moreno desde Colombia: “Es viernes y eso, en Cali, es decir rumba”. La ciudad de Santiago de Cali, en la orilla occidental del río Cauca y resguardada al oeste por los Farallones de Cali -que forman parte de la Cordillera Occidental de los Andes- es la capital del Departamento del Valle del Cauca.
  Además de ser llamada “Capital de la salsa”, las sentencias son concluyentes: En Cali los pies no caminan, bailan”. En Juanchito, muy cercano a Cali, ubicado sobre la margen derecha del río Cauca, los actuales danzódromos, muy concurridos, fueron en su origen humildes tablados de la zona mulata. Los carnavales de Juanchito, en los que se celebraba “El reinado de la belleza negra”, fueron famosos por las fiestas musicales, las ferias gastronómicas y artesanales, los juegos pirotécnicos y el tradicional desfile de carrozas desde Cali. 

La fiesta de la caña de azúcar
   Cada año, entre el 25 y el 30 de diciembre, se lleva a cabo la gran Feria de Cali, que en su origen se llamó Feria de la Caña de Azúcar (y he aquí otra sentencia: “Cali huele a caña de azúcar”).
   La fiesta es conocida por sus cabalgatas, su temporada taurina -en la ciudad sigue vigente la controvertida tradición hispana, cuyo epicentro es la Plaza de Toros de Cañaveralejo- y la presencia multitudinaria de gente que baila, ante distintos escenarios, con orquestas de salsa.
    La Feria se inicia con una cabalgata por las principales calles caleñas, en la que desfilan caballos de paso fino, y sigue con multitud de verbenas y fiestas populares que convierten a la ciudad en sede de festejos callejeros simultáneos.
    Se baila, incluso, sobre camiones especialmente acondicionados que recorren la ciudad por las noches. Son las chivas rumberas. Escuché, ante esta costumbre, decir a un europeo: “Les envidio el concepto”.

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