martes, 28 de agosto de 2012

Textos en Taller (2012)


Las sombras de Anselmo
  César D'Agostino

Y fue el día en que hasta la propia sombra de Anselmo se cansó de estar con él. Se mutiló ella misma cercenándose con un corte seco de la línea que la mantenía unida a los pies del viejo cascarrabias, y se alejó protestando, haciéndole ademanes con las manos y la cabeza, agitando los brazos por detrás de la nuca como insultándolo y mandándolo al diablo. 
El pobre viejo, estupefacto, pensó que ahora sí se quedaría solo, que algo o alguien que no proyectaba sombra era como si no existiera, que sería a partir de entonces una especie de fantasma y nadie lo vería.
Espantado por el miedo, empezó a correr a su sombra, que se alargaba desde el centro de la calle hacia la vereda, en donde el cordón le marcaba un pequeño quiebre en la silueta a la altura de la cintura. 
Al ver que su antiguo dueño la perseguía, ella comenzó a correr con pasos gigantes y al doblar una esquina se perdió entre la muchedumbre y entre otras sombras.
Anselmo, pálido de miedo, de puntas de pie en la esquina, estiró el cuello y la siguió con la mirada hasta que la vio perderse en el gentío. Dio media vuelta y sintió que ninguna persona lo veía, que nadie percibía su presencia, que era nadie, que estaba muerto.
Corrió desesperado, volvió a su casa y allí se encerró por días. No veía a nadie más que a él mismo, aunque tampoco sabía a esa altura si realmente existía. Se echaba a dormir la mayor parte del tiempo y sólo salía en los días nublados, que disimulaban en algo la inexistencia de su sombra.

Una mañana, bajo la luz fluorescente, ya empuñando el revólver, vio con una sensación extraña que de sus pies nacía una pequeña silueta oscura que copiaba sus movimientos y que, desconfiada, lo seguía.
Abandonó el arma y comprobó que, a medida que pasaba el tiempo, el renovado contorno negro que asomaba desde sus suelas crecía y se alargaba o acortaba según transcurrían las horas.
Cuentan los vecinos que lo vieron salir después de meses cantando, contento, y que de ahí en más todos los días, bajo el sol de la mañana, el viejo Anselmo andaba por la calle hablándole a su sombra nueva, contándole sus historias, preguntándole por las suyas, riendo con ella.

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