martes, 28 de agosto de 2012

Textos en Taller (2012)


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Silvia Iammarino

Hoy la mañana está hecha de silencios. Lo cotidiano transcurre en miles de fotogramas proyectados en el marco de una ventanilla. El otoño, la resaca, el día sin luz, el fervor adolescente, rastros de sombras, la rutina en los rostros, los cuerpos encerrados en el insomnio de la noche anterior son variaciones de la misma película que veo de lunes a viernes sentada en la segunda butaca del colectivo.
Leo un poema de Idea mientras las hojas caen, aunque todavía hay flores blancas en algún balcón. Leo una leyenda en la pared que dice las voces del sótano mientras un viejo levanta la tapa del contenedor de basura. De cualquier manera, lo que no se ve quiere hacerse ver. El alma se vuelve cuerpo y lucha por salir a la superficie; respira, sofoca, murmura, le canto una canción en susurros que habla de las manos de la madre, distraigo su impudor.
Existe un encadenamiento entre una escena y la siguiente que hace que una dependa de la otra. Entonces comprendo que ese nexo, efímero y ambicioso, soy yo inmersa en la misma existencia de las cosas.

Hoy no subió la chica del tatuaje. O, tal vez, está cubierto con una campera y no la reconozco. Invisible, la chica es sólo un instante fugaz grabado en el hombro derecho con forma de estrella. ¿Alguien me reconocerá? ¿Alguien escribirá hoy no subió la mujer que lee? ¿Seré, yo también, un instante fugaz en la vida de otro? Ante tantas preguntas agolpadas en el pensamiento busco entre el revoltijo del bolso la libreta de los fragmentos urgentes. Anoto palabras sueltas, como:
yo quisiera decirte
hay un misterio
en medio de la noche
sólo esperar
alguien guarda una palabra
en un mundo desierto
El tren del cruce Alberdi me detiene y pienso en las barreras, aquellas que tienen que ver con los obstáculos y los parapetos  (yo quisiera decirte que sólo espero una palabra en medio de la noche).
Abro la ventanilla,  el viento levanta hojas secas. Contemplo una ráfaga que pasa delante de mí como el tren de carga que arrastra vagones vacíos. Hay algo contagioso en este desorden otoñal que desata una combustión en el ánimo. Pensamientos fatigados discurren en cada esquina.
Levanto la vista, y estoy llegando a mi destino.

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