martes, 3 de agosto de 2010

Bajo otra lluvia

Beatriz Actis


I

Librerías de viejo
- del viejo trópico -
fruterías collares con sombreros
bajo la torre del reloj
bajo los puentes
bajo las puertas
de la ciudad amurallada.
Veo correr a una mujer
amordazada por la lluvia repentina
una mujer descaradamente feliz
que se persigna
al pasar ante una gorda de Botero
esculpida en el parque
frente a turistas
que se guarecen en el portal de la iglesia,
agazapados.
Ventiladores de techo
en el café de Santo Domingo
tal como aparecen en las películas de Hollywood
las ciudades acartonadas del trópico.
Sus aspas deslizan y dispersan
el aire caliente
del modo como se filtra la arena entre las rocas,
un aire caliente y nuevo
un aire que se mueve entre papeles voladores
trotando callecitas inverosímiles, esquivas.
Se enfría en tanto
el café tinto
sobre la mesa,
cesa la calma.
En la calle, una placa:
Sociedad Bolivarense de los Economistas,
y otra: 1888, Academia de Medicina.
En la Playa del Tejadillo,
carteles: Welcome Clinton to Macondo,
Gabo, el más famoso escritor de Cartagena,
despintándose tal vez bajo otra lluvia.
La tarde acalorada, azul y verde.
Pero
cuál es la lógica
de la lluvia
bajo los puentes
en la ciudad amurallada
en ruinas.


II

El baratero ofrece anteojos
cangrejos fritos y bolsas con uvas y con moras,
hay barberías
como en los barrios negros
de Bahía de Todos los Santos
o de La Habana Vieja.
En el Portal de los Moros,
la leyenda: “A la heroica ciudad de Cartagena”.
Los hombres dicen:
Para la bella, para la bella ciudad de Cartagena.
Presiono con el dedo pulgar
el punto mágico de las piernas
que calma el dolor de los nervios:
lo llaman La divina indiferencia,
bajo la lluvia,
entre música de chapeta
que retumba
en el frente de los mercados
y en el techo de las iglesias.
Cuando escampe beberemos daikiri
en cualquier parte en que nos hallemos,
como lo bebía Hemingway.


III


Los mismos lugares
pero con sol ahora,
bajo el sol ahora.
En la playa,
pájaros negros
casi mustios
que llaman los María Mulata
y que huyen y cantan
en la diáspora de la tarde,
en el cielo arrugado de esta tarde,
malabaristas juegan con fuego
y con muñecos negros
descomunales xilofones,
trompetistas en el Club de Colombia
también venden moras en las esquinas
y naranjas verdes.
En el bar,
una pianola con valses vieneses
completamente fuera de lugar.
Lo puedo sospechar:
La luna es de polvo.
Lo puedo comprobar:
el ocio, el trópico
eran mi precio.

IV

Tierra humedecida
noche olorosa
huir del miedo
doblar las esquinas
con los ojos vendados
como en un duelo de niños
o en un juego macabro
al borde de los precipicios
jugar al gallo ciego
en los bordes sinuosos
de Cartagena.
Doblar las esquinas
de la ciudad amurallada
una esquina
en cada noche,
geranios santarritas
cuelgan desde los balcones,
el mar derrumbado
a nuestras espaldas.
Desde que llegamos
no hemos tenido un instante de sosiego.

V

Como una ráfaga,
el azote de memoria
dispensa
gestos
para un rostro
de tristeza destemplada
y de curiosidad incierta.


Quemar las naves,
hundirse con el barco.
Todo tendría
lugar
entonces.


Más allá del mundo
hay dragones.

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