sábado, 15 de mayo de 2010

Felisberto




“Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida”. F. Hernández



En los relatos de Felisberto Hernández se percibe una sutileza de caminos indirectos, de corte inesperado, de pasos laberínticos e inconclusos tras la develación de algún misterio cotidiano. El autor reconoce su pasión “por entrar en ciertos conocimientos sin pretensiones psicológicas ni filosóficas, sino esperando los pasos que quisiera dar la curiosidad cuando es misteriosa”. Su obra recoge algunos de los rasgos típicos de la narrativa moderna: el lenguaje engañosamente objetivo, la mezcla peculiar de lo real y lo fantástico, la jerarquización expresiva de lo cotidiano. Sin embargo, una de las claves de su originalidad reside en que la idea de ‘misterio’ o directamente la cuestión fantástica aparecen en su obra como tras un velo, junto al humor, el absurdo y los matices irónicos, a través de un original trabajo ‘en el límite’: “(Pretendo) trabajar literariamente contra la literatura y las formas hechas; tratar de que lo escrito sea o parezca natural”, afirma el escritor uruguayo. No importa tanto la historia: Felisberto confiesa que no se guía por una estructura lógica, y que ésta no signa ni articula sus relatos. De todos modos, tras la lectura de su narrativa se percibe una lógica interna, ya que la memoria reconstruye el pasado -y así presupone el mundo- tras la develación de un misterio que finalmente nunca se devela: el misterio que anida en lo cotidiano. Leído entonces como funcionalidad textual, el misterio se trasmuta, cuaja en muchos cuentos de Hernández en lo fantástico, pero siempre descansa en lo habitual, perfilando de este modo una particular metafísica de lo cotidiano.

Se ha dicho largamente que Felisberto es un escritor que mira y escribe ‘al sesgo’: más que el punto de partida o el de llegada importan los desplazamientos, las fragmentaciones espacio - temporales del relato, la arbitrariedad de la memoria. “El drama del recuerdo”, frase que alude a la matriz peculiar de su narrativa y que pertenece al mismo autor, se funda en la insistencia de algunas imágenes que le trae la memoria y en una suerte de procedimiento metatextual que remite al análisis de los procesos mismos del recuerdo. Esta modalidad evocativa y recurrente se corresponde además con los procedimientos de gestación y construcción literaria a los que Felisberto alude cuando escribe sobre sus “cuentos-plantas”. Con esta expresión se refiere al procedimiento de escribir un relato original y después descomponerlo en diferentes relatos independientes. El trabajo textual suele fundarse en el disloque sintáctico, la reiteración de conjunciones, paréntesis y guiones aclaratorios, y las series interrogativas de carácter retórico, marcas que hacen a una modalidad textual que remeda las digresiones propias de la evocación de la conciencia. En ese camino de construcción y deconstrucción, el autor concretiza lo incorpóreo, ya que los procesos mentales, los sentimientos, las sensaciones, todo lo abstracto, es comparado con objetos y situaciones materiales y por tanto corporizado. En cuanto al lenguaje, en muchos de sus relatos el narrador adulto bucea en su niñez y en su registro adulto se filtra el registro infantil (Por los tiempos de Clemente Colling). En ese tránsito evocativo el lenguaje aparentemente objetivo descubre marcas de subjetividad. En este sentido, las recurrencias léxicas más significativas son las de palabras clave como ‘recuerdos´, ‘misterio’ (y su análogo ‘sombra’) y ‘angustia’. Estas dos últimas -no ya como meras marcas sino como materia textual- resultan ejes constitutivos de la memoria narrativa: la develación del misterio como motor del relato y la angustia como noción existencial. Pero el narrador no se remite únicamente a recuerdos de infancia; hay relatos en los que el desplazamiento no es sólo en el tiempo sino también en el espacio (“Lucrecia”) o en donde la alteración temporal llega al punto de que un personaje debe enviarle a otro una carta recordándole a aquél que está muerto (“Carta a los muertos”). No hay un pasado puro, la memoria construye al reconstruir: el mundo no es uno.

Estos procedimientos (la evocación del mundo concreto mediante percepciones fragmentarias; las digresiones del narrador; la particular concretización de abstracciones) pueden leerse además como la marca de la oralidad que Hernández reconoce como intención primera de sus historias, historias escritas para ser leídas por él. La fragmentación del relato está dada por la divergencia continua del camino previsto, siempre dispuesta a dispersar el texto, a multiplicarlo no sólo para dar cuenta de los procesos propios de la memoria sino para que el texto no se instale como letra fija. Esta estrategia no resta eficacia textual; por el contrario, la remarca o apuntala. Y volvemos a la transversalidad de Felisberto como escritor ‘sesgado’: el sentido está en el proceso mismo de reconstrucción / construcción del pasado, y no en la asignación de un sentido a ese pasado. (...)


Beatriz Actis

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