lunes, 21 de septiembre de 2009

Bolaño

Ahora paseas solitario
por los muelles
de Barcelona
Fumas un cigarrillo negro
y por
un momento crees que sería bueno
que lloviese
Dinero no te conceden los dioses
mas sí caprichos extraños
Mira hacia arriba:
está lloviendo

Literatura + cine


Modiano - Guimard: El viaje sin destino
Beatriz Actis


(A partir de: “Más allá del olvido”, de Patrick Modiano, Alfaguara, y “Las cosas de la vida”, de Paul Guimard, Ediciones B)



Patrick Modiano (París, 1945) es un autor acostumbrado desde su juventud al éxito en su país: las dos primeras novelas que publicó (“La place de l'étoile”, de 1968, y “Les boulevards de ceinture”, de 1972) obtuvieron los premios Nimier y Fénéon, en el primero de los casos, y de la Academia Francesa, en el segundo, y seis años más tarde logró el célebre premio Goncourt con “Rue des boutiques obscures”. Modiano se mueve desde los años 70 en ámbitos de la narrativa que rescatan, en un tramo considerable de su obra, la ocupación francesa y las heridas que ésta provocó en las historias individuales y en el cuerpo social, y por supuesto su peso en el tiempo. Sus protagonistas suelen ser adolescentes que observan el mundo con una mezcla extraña de ingenuidad e inteligencia que acrecienta el dolor existencial, adolescentes que huyen pero que no van en busca de su identidad, sino que la han perdido, o que han perdido todo interés en su búsqueda. “Más allá del olvido” (“Du plus loin de l’oubli”, 1997) narra una historia de amor desdibujada por el recuerdo, en un clima de ambigüedad y desasosiego dado por la evocación, historia vivida por personajes que deambulan por un París sin claros indicios temporales ni demasiados datos concretos, en una suerte de levedad sugerente y fantasmal. La novela propone una vuelta de tuerca sobre el road movie: sus protagonistas son viajeros que han renunciado a todo destino. En ella hay ecos de ciertos filmes de Wim Wenders o de Jim Jarmusch: escenarios espectrales (hotelitos del muelle de la Tournelle, desoladas estaciones de trenes, bares pobres, la mención de casinos de balnearios franceses fuera de temporada), en síntesis, trama y personajes que parecen desvanecerse, que se aluden y narran tangencialmente, a través de un estilo que sin embargo logra ajustar las palabras a las sensaciones que el narrador desea transmitir al lector.
Modiano es autor además, y entre otras obras, de la novela “Villa Triste“ (1975), en relación con la cual el propio autor ha comentado su filiación cinematográfica (“Durante la escritura de “Villa Triste” –señala–, pensaba en las imágenes de algunas películas inglesas en blanco y negro de la década del 60...”): en la novela abundan las frases cortas que describen estampas, fotografías, instantes de intensidad (a veces, de felicidad), imágenes que se apagan en un instante y no son recordadas por los personajes sino muchos años después. A diferencia de “Más allá del olvido” y de otras novelas de Modiano –y por eso la nombramos en particular aquí-, “Villa Triste” nos muestra personajes extraños pero no en París sino en una ciudad de provincias, y no en las acostumbradas estaciones nocturnas ni bajo la persistente llovizna parisina ni en el paisaje monocorde de la soledad urbana que ya son marcas de la narrativa de Modiano, sino en el escenario luminoso y diurno de los alrededores de un lago, que es adonde transcurren los momentos decisivos del relato. Sin embargo, no por ello (por ese cambio en las características puntuales del espacio narrativo) la búsqueda del adolescente protagonista pierde su angustia y su sinsentido. Deudor confeso de claves propias del lenguaje cinematográfico, Modiano ha sido también guionista: escribió en 1974, en colaboración con Louis Malle, el guión de “Lacombe Lucien” y fue guionista de “El perfume de Yvonne” (1994), de Patrice Leconte, y de “Bon voyage” (2003), de Jean-Paul Rappeneau, en todos los casos en forma conjunta con los directores mencionados. Debutó también como actor en "Genealogías de un crimen", de Raoul Ruiz.
El restante autor al que nos referiremos aquí, Paul Guimard (Loir-Atlantique, 1921-2004), comparte con Modiano el doble rol de novelista y guionista de cine, además de la importancia en la escena cultural francesa del siglo XX, a pesar de que Guimard pertenece a una generación anterior a la de Mondiano. Guimard ha sido también un periodista reconocido -director del programa radial “La tribune de Paris”- y publicó, entre otras, “Les faux-fréres” (su primera novela, que ganó el Prix de L’Humour en 1956), “Rue du Havre” (ganadora del Prix Interallié en 1957) y “L’ironie du sort” (1961). La novela que nos ocupa, “Las cosas de la vida” (“Les choses de la vie”, 1967), fue punto de partida del guión del filme del mismo nombre de 1970 dirigido por Claude Sautet (y también llevada al cine en Hollywood por Mark Rydell en “Entre dos mujeres”, de 1994); de ambos guiones fue responsable Guimard, en el primer caso junto a Sautet y al autor de los diálogos, Jean-Loup Labadie.
En “Las cosas de la vida”, Guimard narra el accidente automovilístico que en una ruta francesa sufre el protagonista, Pierre Delhomeau, y la novela se convierte, en gran parte de su extensión, en el monólogo agónico de ese personaje, monólogo a través del cual su memoria selecciona instancias significativas de su vida, fragmentos que finalmente “rearman” su historia. Esta novela tensa y ajena a todo sentimentalismo construye su poética con contenida emoción pero también con ironía: una carta que Delhomeau ha escrito hace tiempo y que lleva consigo a pesar de haberse arrepentido de su contenido y de haber decidido no entregar a su destinataria, sobrevivirá al accidente: él ya no estará allí para explicar a la mujer que reciba la carta que en verdad no creía en las crueles palabras en ella escritas en un momento de confusión. Pasado y porvenir confluyen en este monólogo notable, en el eterno presente del relato, y es éste también un viaje sin destino, en algún punto cercano al de los fantasmales personajes de Modiano: el viaje sin destino, el albur existencial (por qué no, el viaje trunco de Camus en una carretera francesa análoga a la descripta por Guimard), en el que los personajes sólo cobran consciencia ante una única convicción: la de la finitud, tal como se anticipa en la cita inicial de Marcel Aymé: “... y tengo la ilusión de que el tiempo se concentra y mi aventura cabe por entero en un segundo elástico, monstruosamente distendido, pero que se comprime hasta el punto de no ser, en verdad, más que un segundo”.

Una de piratas


Piratas Dichosamente Felices
Beatriz Actis
Atardece en la Isla del Supuesto Tesoro. Guacamayos reposan sobre árboles de frutos tropicales. La voz de Intrépido Pirata Buscador de Tesoros suena desesperada. Pala en mano, aúlla:
- ¡¿Adónde estás, Bastardo Empedernido?!
Bastardo es su fiel compañero, Pirata Empedernido Iniciador de Rencillas y Pleitos.
- ¡Acá, peleando con la palmera que ataca! –responde Bastardo, que blande la espada frente a una lluvia de cocos que avanzan como proyectiles.
- ¡Ven y ayúdame a excavar en El Lugar Señalado!
- ¿En El Lugar Señalado por El Viejo Mapa?
- Sí, en El Lugar Señalado por El Viejo Mapa robado al Pirata Audaz y Distraído que lo dejó olvidado.
- ¿Olvidado en La Cantina de Los Mares Calientes, en El Puerto Corsario, capital de La República de los Filibusteros?
- Sí, El Viejo Mapa que señala el Tesoro que nos hará Piratas Dichosamente Felices.
- Cavemos.
- Sí, en el pozo cabemos.
Intrépido Pirata y Bastardo Empedernido cavan toda la noche, alumbrados por la luz de la luna. El amanecer descubre la superficie del cofre. Rompen el candado y levantan la tapa que oculta el Tesoro.
En el cofre hay, a saber: bolitas secas de paraíso, una gomera, un trozo de una pata de palo (posiblemente la izquierda), el parche de un ojo, una llave oxidada, tapitas de gaseosa, tres pilas viejas, una birome que no anda, botones de distinto color y tamaño, boletos de colectivo (ninguno capicúa) y un frasco de mayonesa (vacío).
Intrépido Pirata se agarra la cabeza:
- ¡Tenía que ser obra de Pirata Audaz y Distraído!
Y arremete con furia, levantando el gancho que lleva por puño:
- ¡Navegaré por los mares en busca del Mapa de la Isla del Verdadero Tesoro, que andá saber adónde dejó olvidado so infeliz!
Bastardo Empedernido pregunta:
- ¿Puedo quedarme con la gomera?
Y, sin esperar respuesta, comienza a tirarles a los guacamayos con las tapitas de gaseosa y las bolitas de paraíso secas.
Los guacamayos vuelan, espantados, en dirección a la Isla del Verdadero Tesoro.
Pero los Piratas Indignamente Engañados no lo comprenden siquiera.

Animales en la Feria


Lecturas en la Feria del Libro de Rosario 2008, a partir de El abecedario de Deleuze (Bien, entonces empezamos por «A». Y «A» es «animal»...) junto a Marta Ortiz, Gloria Lenardón, Silvia Pampinella y Tona Taleti, es decir, el actual "grupo Proust".




Tiempo: Animales y memoria

Beatriz Actis



A este bestiario lo habitan:
“perros románticos”,
“el bicho”,
“ciempiés del humo”,
el “animal de luz”,
los “pulgones del trigo”,
En el resguardo de los jardines o de las selvas
atisba el animal de los sueños de juventud
y de la infancia,
de las anticipadas extrañezas.
Los versos son jardines o son selvas.
Metáforas aguardan con garras;
a veces, con patitas minúsculas;
otras, con aullidos.
Agazapada,
la memoria implacable,
que a veces revela decepción y otras, nostalgia.
Parábola en que dialogan las fieras.
Y los espectros.



* Infancia - César Vargas[1]

Yo he visto las naranjas,
Esas flores redondas
De fantástico peso,
Colgando de las ramas
Del árbol de la infancia.

Mi padre custodiaba
Desde antes de la flor,
Repasando el dorso de las hojas,
Ahuyentando las hormigas.

Los pulgones del trigo llegaron una tarde,
Y las gordas naranjas
Que agobiaban el árbol
Se cubrieron de insectos
diminutos y verdes,
Mi padre los miraba
impotente y sombrío.
Subí sobre sus hombros
Con un plumero suave
Y limpié una por una
Las frutas amarillas.

Era la defensa del amor.
Mis ocho años combatían.



* Juventud - Roberto Bolaño[2]


En aquel tiempo yo tenía veinte años y estaba loco. Había perdido un país pero había ganado un sueño. Y si tenía ese sueño lo demás no importaba. Ni trabajar ni rezar ni estudiar en la madrugada junto a los perros románticos. Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu. Una habitación de madera, en penumbras, en uno de los pulmones del trópico. Y a veces me volvía dentro de mí y visitaba el sueño: estatua eternizada en pensamientos líquidos, un gusano blanco retorciéndose en el amor. Un amor desbocado. Un sueño dentro de otro sueño. Y la pesadilla me decía: Crecerás. Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto y olvidarás. Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. Estoy aquí, dije, con los perros románticos. Y aquí me voy a quedar.



* El pasado - Cortázar[3]


Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo. Todo ha quedado allá, las botellas, el barco, no sé si me querían, y si esperaban verme. En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos, una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets. Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad, yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías. Mi mujer sube y baja una pequeña escalera como un capitán de navío que desconfía de las estrellas. Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche. Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran a la ventana que tengo a mi espalda.




* El presente / El otro - Manuel Bandeira[4]


Vi ayer un bicho En la inmundicia del patio Buscando comida entre los desperdicios.

Cuando encontraba algo, No examinaba ni olía: Tragaba con voracidad.

El bicho no era un perro, No era un gato, No era una rata.

El bicho, Dios mío, era un hombre.



* El presente / Uno - Neruda [5]


Soy en este sin fin sin soledadun animal de luz acorralado por sus errores y por su follaje: ancha es la selva: aquí mis semejantes pululan, retroceden o trafican, mientras yo me retiro acompañado por la escoria que el tiempo determina: olas del mar, estrellas de la noche. Es poco, es ancho, es escaso y es todo. De tanto ver mis ojos otros ojos y mi boca de tanto ser besada, de haber tragado el humo de aquellos trenes desaparecidos, las viejas estaciones despiadadas y el polvo de incesantes librerías, el hombre yo, el mortal, se fatigó de ojos, de besos, de humo, de caminos, de libros más espesos que la tierra. Y hoy en el fondo del bosque perdido oye el rumor del enemigo y huye no de los otros sino de sí mismo, de la conversación interminable, del coro que cantaba con nosotros y del significado de la vida. Porque una vez, porque una voz,
porque una sílaba o el transcurso de un silencio o el sonido insepulto de la ola me dejan frente a la verdad, y no hay nada más que descifrar, ni nada más que hablar: eso era todo: se cerraron las puertas de la selva, circula el sol abriendo los follajes, sube la luna como fruta blanca y el hombre se acomoda a su destino.



[1] Poema: DEFENSA DEL AMOR, de César Vargas

[2] Poema: LOS PERROS ROMÁNTICOS, de Roberto Bolaño
[3] Poema: NOCTURNO, de Julio Cortázar

[4] Poema: EL BICHO, de Manuel Bandeira

[5] Poema: ANIMAL DE LUZ, de Pablo Neruda

Textos escritos en el TALLER


En una de las últimas actividades del Taller Literario, "jugamos a la cartas": desde poesía del tarot a novela epistolar. Aquí, un relato de Graciela Gandini y un aguafuerte de María Teresa Perotti, que es también, de algún modo, una carta.


* El faro de la calle Flotron

María Teresa Perotti


El faro de la calle Flotron transgrede la línea de la vereda y ensancha la calle. Su tronco verde-marrón, con gruesas espinas, así lo impuso; como agradecimiento, en primavera y verano regala flores blancas y rosas que dibujan en lo alto una asimétrica copa. Manos anónimas lo tomaron por muro y dibujaron una flecha para indicar la dirección de la calle, pero las mismas manos u otras, no lo sé, tuvieron que borronearla con pintura blanca, cuando la calle volvió a ser doble mano. Una pareja de viejos vecinos puso plantines y canteros a su alrededor, quizás para sentir que sentados en el banco de sus tardes podían descansar a la sombra de un paisaje más acogedor. La asimetría que produjo el palo borracho se repite en la esquina y en las veredas anchas y cubiertas de césped de la cuadra.
Los lotes de la vereda de enfrente son cubiertos sólo a medias por un tapial, y se pueden ver los yuyos de todo tamaño que crecen allí, algún viejo y destartalado automóvil de un coleccionista que lo abandonó y, como lanzamisiles que apuntan hacia la calle, las grandes maquinarias agrícolas en reparación de un mecánico del barrio. Hacia el poniente, en las tórridas horas de la siesta veraniega, marchan los chicos toalla al cuello hacia la pileta de Barraca que los espera para el chapuzón, y en los amaneceres invernales surgen las siluetas de los empleados y de los escolares, que anuncian el inicio de la jornada.
En los atardeceres, la luna llena emerge desde el fondo de la calle, inmensa, con todo su esplendor. Parece que está tan cerca que una vez tuve que detener a mi hija, cuando era pequeña, porque corría frenéticamente hacia esa dirección, para abrazarla.




* Ante el hecho lunar que nos convoca

Graciela Gandini




Solar, 20 de julio de 1969

Querido Alcides:

Antes que nada, descuento que habrás desarrollado con éxito la serie de conferencias en esa antigua, en esa prestigiosa Universidad. Ahora, tal como lo prometí en mi última carta, cumplo en contarte mis impresiones luego de ese “pequeño paso para el hombre, pero gran salto para la humanidad”, como dijo alguien que seguramente será célebre desde hoy. Sé de tus expectativas respecto de este hecho; conozco tu mente científica, joven y progresista, que debe estar exultante. En cambio, mi espíritu romántico y experimentado trasunta decepción. No me gusta ver a la luna como un plato polvoroso, con agujeros áridos llenos de nada. Prefiero seguir soñando que son copos reunidos amorosamente e iluminados por luciérnagas, tal como la imaginábamos –tú, apenas un niño- en las claras noches del verano. Prefiero soñar que bebe en los arroyos, que se ahoga en el vaso de vino trasnochado de algún desengaño y que se derrite de pasión en los versos de tantos poetas.

Este “jugar a ser Dios” de los hombres me ha provocado un replanteo sobre un tema en particular, más que eso diría, sobre una obsesión que tantos desvelos ha provocado en tu mente (en tu inquieta mente, mi Alcides) desde la misma tarde de tu adolescencia en la que compartimos la lectura del cuento de Borges y quisiste hacer real su Aleph. Aquel Aleph cuya búsqueda te llevó desde nuestro pueblo natal hacia el mundo, hacia los lugares más recónditos: el inhóspito Sahara, las milenarias pirámides de Egipto, la visita al Partenón, los jardines de Versalles, la experiencia con los pigmeos, la búsqueda de una especie de orquídeas en extinción en medio del Amazonas o de un liquen helado en Alaska. Te entregaste frenéticamente a cuanto lugar o combinación matemática, geométrica o astral te acercó promesas de ese punto mínimo de tiempo y espacio y de gravedad insensible en donde convergen todas las cosas. Huiste buscando el saber absoluto, el ojo divino que todo lo domina.
Ante el hecho lunar que nos convoca y ante tu búsqueda sin fin, debo confesarte, Alcides, algo de veras importante: hoy descubrí esa marca del dios, hoy descubrí “mi Aleph“. Lo hago mío porque pienso que tal vez hay aleph tanto como vidas hay en el universo.
Me siento un dios al verme en este pueblo repetido infinitamente en el dorado otoño, en el invierno tibio, en la explosiva primavera y en las siestas calmadas del verano. Me reconozco y multiplico en su gente, en las comadres que escoba en mano charlan en la vereda, o en las que se juntan en las galerías a matear. Estoy en los hombres que vuelven de labrar la tierra, en los que pedalean presurosos hacia el almuerzo familiar y en los que se sientan a parlotear en el bar de la plaza, ajenjo en mano. Percibo todos los olores: desde el que exhala la tierra mojada después del primer chaparrón hasta el de la sopa de verdura que reinventa mi amor hacia tu abuela. Desde el primer día de vida, la voz de mi madre se hizo música en mis oídos, escuché el canto de todos los pájaros en un amanecer en el campo. Mi juventud me invitó a saborear los besos húmedos y furtivos de las muchachas. Di vida a la tierra al plantar el limonero del patio –del mismo patio de tu infancia- que cuaja en limones jugosos dos veces al año. Di vida a la vida cuando ayudé a parir a la yegua después del rayo asesino. Tengo todo esto, y en mis hijos me hice infinito, ¿no son ésas, acaso, capacidades propias de un dios?
Querido Alcides, continúa tu búsqueda, pero sé generoso contigo y deja que el tiempo, que es como el viento, arrastre lo liviano y deje lo que realmente pesa. Mientras tanto, bébete la vida de a sorbos, disfruta de ella: el hombre que condiciona su felicidad al cumplimiento de un objetivo se hace esclavo de él. Haz el intento.
Aguardo anhelante, desde aquí, desde la vida que bebo, el fin de tu búsqueda, tus comentarios o tus respuestas.

Tu abuelo que te quiere


domingo, 13 de septiembre de 2009

Gatos


Lunáticos (o Dueño y mascota)

En: “Todas las lunas son mías”, Homo Sapiens Ediciones, Colección La Flor de la Canela, 2007

BEATRIZ ACTIS


A mi gata Luna le gusta dormir no menos de veintidós horas por día (aproximadamente).
Sobre todo, en un almohadón que está encima de una silla en la cocina. Y a veces también en la pequeña cornisa que asoma sobre el jardín. Y es mejor que duerma, porque si no, anda todo el día con un humor de perros, o mejor dicho, con un mal humor de gatos.
Ayer era un día de sol y yo estaba barriendo la cocina. Como corresponde, quise correr a Luna del lugar en el que duerme habitualmente porque me llena de pelos la silla, la almohada y todo lo que está a su alrededor.
Después el pelo vuela con el vientito y anda rodando por la casa como la paja en esas películas de cowboys que pasan los sábados a la tarde en la televisión.
Además, cuando llega la tía Purita, antes de saludar siquiera ya empieza a estornudar. Y estornuda y estornuda toda la mañana, y yo tengo que andar detrás de ella alcanzándole pañuelos de papel. La verdad, es una situación bastante escandalosa.
De vez en cuando, mi tía deja de estornudar, levanta el dedo y me acusa: “Vos y ese gato”.
“Gata”, le digo yo, no sea cosa que Luna la escuche, y se ofenda.

*

Ayer, cuando estaba barriendo la cocina y quise sacar a Luna de su lugar habitual, tuve que despertarla. Entonces se rebeló, se negó a levantarse de la silla y me dijo con su lógica tan particular:
“Mire si me muevo y me canso. Si me canso y me estreso. Si me estreso y me enfermo... Piense: ¿no se da cuenta de que me puedo extinguir?”.
Luna a veces dice cosas in-cre-í-bles.
Es haragana, es caprichosa. Tiene muchos recursos para aprovecharse de mí.
Eso sí: siempre nos hemos tratado de usted. Cada dos por tres me saca de las casillas, pero con el debido respeto.
El resultado de nuestra conversación -en fin, de su monólogo- fue no sólo que terminó acostada en el mismo lugar mientras yo barría su lluvia de pelos, sino que al rato se despertó y me pidió que le hiciera la leche.
¿Saben lo que es cocinar encerrado en la cocina, con una gata sobre los hombros –esto es algo que me ha sucedido demasiadas veces-, hambrienta como una leona en el desierto?... Si me negaba a su pedido, seguramente se iba a enojar.
Pero no se enojó. Me miró con esos ojos lastimeros, seductores que sólo ella puede tener, y me dijo: “Déle. Se lo pido por el tigre que un día seré”.
Me logró confundir.
Pensé en ese momento en la evolución de las especies: en el mono que a través de miles de milenios llegó a ser hombre; en que todos los días vemos el cambio del huevo al pollito y del pollito al gallo, etcétera.
¿No podría ser Luna, acaso, dentro de unos años, la atracción de un zoológico o de un circo, convertida finalmente en un felino de gran porte, de tamaño majestuoso...?
Me sentí orgulloso, pensé: “No tengo un gato, ¡tengo un pichón de tigre! Es que toda mascota se parece a su dueño: mi gato sale aguerrido, como yo, que soy un hombre de convicciones firmes, o como dicen en el campo: ‘Hijo 'e tigre, overo has de ser’ ".

*

Al final siempre me logra convencer: la dejé en su lugar en la silla, le preparé la leche (tibia, con una gotita de miel, una hoja de menta y servida en un plato de cerámica que lleva su nombre).
Pensé que tía Purita podría ver a Luna -de lejos-, en un futuro que imaginé glorioso: la tía sentada en una grada del circo o en un banco en el zoo y Luna, convertida en tigresa, durmiendo en su jaula veintidós horas por día, al menos.
Quizás tía Purita no volviera a estornudar entonces un-estornudo-tras-otro, respetando las normas que guían el comportamiento de las señoritas educadas en los espacios públicos.
Quizás pudiera, en mi caso: barrer la cocina, limpiar la cornisa ¡sin la nube de pelos de gato flotando como hojas llevadas por el viento!
Después pensé mejor en Luna: no la deseé en cautiverio, la imaginé libre de la prisión del zoológico o del circo. La imaginé imponente con sus fauces felinas, gozando de su libertad en Bengala, bajo el sol de la India, o andando bajo otra luna por las estepas de Siberia. La vi grandiosa en los confines de la patria, convertida en un tigre criollo: “Luna, la yaguareté”.
Lloriqueé pensando en cuánto, en cuánto la íbamos a extrañar.
Fue entonces cuando terminó mi ensueño: Luna, la gata, se estiró sobre su asiento, llevó lejos de sí con la patita el plato con la leche que acababa de tomar, bostezó un largo rato y me dijo: “¿No me rascaría detrás de la oreja derecha con su dedo pulgar? Y que sea en este preciso momento, mire, lo único que le pido”.
En ese instante quise, de veras, verla convertida en tigresa y que un día se fuera -al menos de vacaciones- a la selva misionera o a la estepa siberiana o adonde sea.
¡Sólo para poder descansar!

De los mundos perdidos


Criaturas de los mundos perdidos
(Historias de exploradores y aventureros)

Homo Sapiens Ediciones, Colección La Flor de la Canela, 2008

BEATRIZ ACTIS

(Fragmento)

DIFÍCIL DE EXPLICAR
Cuando amanece, y el aire y el mar dejan atrás su largo aliento nocturno, o cuando el atardecer asoma su sombra sobre el Atlántico Sur, puede verse la figura de una tortuga gigante en la orilla, la vista clavada en el horizonte.
Un insecto pequeño, inquieto, zumbón, revolotea alrededor del cuerpo acorazado de la tortuga, mientras posa su miradita en el límite lejano entre cielo y océano.
Hay amistades repentinas que resultan difíciles de explicar.
Y hay historias escondidas que sólo los nuevos idiomas, los nuevos amigos pueden descubrir o recordar.

CONFESIONES A ORILLAS DEL MAR
En la calle Chiriguano, más precisamente en el Albergue-Barco para Animales en Descanso (ABAD), conviven una anciana tortuga laúd y una anciana avispa camachuí.
“Treinta años de picotear a pescadores de dorados, esos peces heroicos que algunos llaman los tigres de los ríos –cuenta la avispa-; tres décadas de espantar a cazadores de patos biguá, de provocar reacciones alérgicas en depredadores de la fauna salvaje y en turistas europeos que buscan exotismo en los riachos de la costa litoral... Demasiado trabajo, mi amiga”.
Se demora apenas en un suspirito y continúa: “Quería desde hace mucho tiempo hacer los trámites de la jubilación y sin embargo no podía: tenía los años de servicio pero no me daba la edad. Es que empecé a ser avispa de la costa siendo muy joven, ¿sabe?, meta revolotear el santo día en las orillas del arroyo Ubajay y del río San Javier...”.
La avispa termina su confesión, satisfecha: “Y ahora, al fin, ¡pude retirarme y conocer los mares del sur!”.
“... que alguna vez fueron míos”, completa la tortuga con una nostalgia orgullosa, pero cristalina.
“El mundo puede mirarse del derecho y del revés”, se lee en el cartelito colgado a la entrada del albergue ABAD (del mismo modo que en algunas casas puede leerse: “Hogar, dulce hogar” o “Bienvenidos, pero sin chismes”).
La particularidad de la inscripción es aquí, además, que la frase del cartel queda demostrada en el famoso palíndromo:
“Dábale arroz a la zorra el ABAD”.
Que puede leerse del derecho y del revés.

UN VAGO RUMOR DE PESCADORES
Esto es así: en épocas recientes, la avispa se jubiló de su trabajo -de avispa- en el litoral del país, y como su sueño siempre había sido conocer el mar, se retiró a disfrutar del ocio de la jubilación en el albergue-barco de Puerto del Tala.
Trabajó por años en el Museo de Santa Fe la Vieja. Se llevaba muy bien con la directora, Doña Lina Marcial, que impedía que los cuidadores y los visitantes destruyeran su nido.
“Prácticamente –cuenta la avispa-, ¡he vivido todos estos años adentro de un museo!”.
En ese museo no hay dinosaurios, como sí los hay en el de La Plata, según le contaba a la avispa la directora, que había estudiado la carrera de Museología en aquella ciudad.
En las ruinas de Santa Fe la Vieja hay, en cambio, “huesos de cristianos” (los primeros habitantes del lugar) y también restos de la iglesia y de algunas casas, trozos de vasijas, de adornos y de armas, en fin, vestigios de lo que era la vida en una ciudad de aquellas épocas.
Después de escuchar a su vecina de la calle Chiriguano, la tortuga laúd -oriunda del amplio mar austral y más precisamente de los aledaños de Puerto del Tala- relata las historias oceánicas, sus recuerdos de la primera juventud:
“Vea, lo mío han sido siempre las profundidades del mar, y el río que usted menciona es sólo para mí un nombre lejano, una especie de invención de las gentes, no sé si me comprende, comadre: un vago rumor de pescadores”.

DEL TUYU
La tortuga se llama Carolita del Tuyú.
Submarina como se la ve, siempre soñó con zambas, chamarritas y chacareras, es decir, con música de la tierra adentro.
Así que, en realidad, en vez de Carolita del Tuyú, le hubiera gustado llamarse Telésfora Castillo o Julia Elena Dávalos o, aunque sea, La Vestido Celeste. (Es ése su secreto).

ANAHI CAMACHUI
La avispa, que responde al sonoro nombre de Anahí Skalicán, comenta:
“Todas mis amigas en el Litoral se llaman Ramona y, en algunas ocasiones, se llaman María Ester.
“Yo, en cambio, me llamo Anahí Danalí Skalicán, y estoy orgullosa de mi apellido.
“Es original, es sonoro, es rítmico y, en especial, es ucraniano.
“Desde chiquita ando por la vida pronunciando mi nombre y a continuación: explicándolo, deletreándolo, diciendo frases aclaratorias del tipo de: ‘Polaco no; checoslovaco tampoco’ y también: ´Claro que estoy contenta de llevarlo. ¿No se da cuenta usted, acaso, de que es un apellido: original, sonoro, rítmico, ucraniano???’ “.
Carolita acota en tales ocasiones: “Nuestro país, se sabe: crisol de razas”.
Y Avispa agrega, solemne: “Y también, la América toda”.

(…)

CRIATURAS DE LOS MUNDOS PERDIDOS
Las criaturas fantásticas, las dudas y las incógnitas, las cosas lejanamente perdidas, la cara oculta de la naturaleza hacen del mundo un lugar visible y, al mismo tiempo, invisible.
A esto lo saben muy bien Avispa y Tortuga, anónimas compañeras del soñador Antonio Francia; habitantes de zonas de frontera, proclives a la leyenda; guardianas memoriosas de las historias fluviales, de las historias oceánicas.
*
Las criaturas sorprendentes pueden ser:
- serpientes con alas,
- monstruos de las nieves,
- bicharracos de larguísimo cuello que emergen de los lagos,
- o criaturas mitad mujer y mitad águila.
Son seres extraños que están amarrados a la imaginación de los hombres, a sus miedos y a sus deseos más secretos (y a veces, incluso, a sus esperanzas).
Las criaturas fabulosas también pueden ser:
- calamares gigantes que atacan a barcos pesqueros,
- espíritus de los bosques,
- seres indescriptibles que merodean las ciudades,
en fin, animales mágicos dando vueltas y vueltas por un mundo poblado de:
- ciudades ocultas,
- ciudades perdidas,
- ciudades soñadas,
y, a veces, ciudades apenas entrevistas o vislumbradas en la duermevela.
*
Los misterios debilitan la frontera entre aquello que se conoce y aquello se imagina.
Como una voz espectral sin espacio ni tiempo.
*
Existen bestiarios de río y bestiarios de mar, según los cuales una tortuga laúd es también una pálida sirena (piensa la avispa) y una avispa camachuí puede verse como un distante y rotundo pájaro de fuego (piensa la tortuga, es decir, la nueva sirena).
*
Los misterios dejan huellas que quitan el sueño y precipitan a veces las pesadillas, a veces las ilusiones.
*
Es éste el momento en que Carolita del Tuyú y Anahí Danalí Skalicán, en el reposo de Puerto del Tala, contemplan el atardecer sobre el Atlántico Sur y piensan con calma pero con sorpresa, cada una en relación con la otra:
“Caramba. Ya le he presentado a mi nueva amiga mis viejos fantasmas”.

(...)

Crítica a "Lisboa" (1)

Una historia que no cesa
Por Delia Crochet (Diario "El Litoral" de Santa Fe, 25/7/09)

“Lisboa”, de Beatriz Actis. Editorial Municipal de Rosario, 2009

Internarse en “Lisboa”, libro con el que Beatriz Actis acaba de obtener el Premio Ciudad de Rosario otorgado por la Editorial Municipal de Rosario, implica adentrarse en las vidas de unos seres marcados por todas las formas del exilio.
Este compendio de la realidad latinoamericana -“una historia que no cesa”-, con el subsiguiente quiebre de la identidad y el arrebato del pasado personal, los vínculos y sueños, deja a la deriva a unos personajes que encarnan destinos posibles. Están los itinerantes, hombres y mujeres en movimiento, y los que han quedado inmovilizados, “hundidos en la tierra”, pero todos ellos se encuentran varados en el mundo.
Si tuvieran que ilustrarse estos siete relatos con una figura, podría proponerse la rosa de los vientos para dar cuenta de los rumbos en que se divide el horizonte, con la esperanza de que la errancia no acabe por destruir las vidas.
La prosa refinada de Actis, poética por momentos, metaforiza de distintas maneras los destierros. A través de la evocación, la curiosidad, el deseo de conocer mundos, los trastornos del sueño, el tedio existencial, o los más desgarradores del exilio político, esos que vuelven fantasmagórica la existencia por el desarraigo. No interesa demasiado si este libro fue escrito relato tras relato, como un fin preconcebido, o bien reúne textos de diferentes momentos de escritura, pues su unidad reposa en una visión del mundo compleja, alerta y avisada.
Nada es aquí lo que parece y en ello reside una de las más eficaces armas narrativas con que cuenta la autora. La vitalidad caribeña (contrapuesta a la melancolía rioplatense) puede ser una máscara para disimular la angustia y responder así a los estereotipos esperados por los demás. Un río puede ser una vía de escape pero tal vez sea una cárcel, un confín final, algo que la rosa de los vientos no puede traspasar. “Los ingleses de acá ya no son ingleses, ni argentinos, ni nada”. Aquí la opción puede ser “inventar un mundo afortunado o crear otra oscuridad”. Se advierte un aire saeriano en los cuentos que se desarrollan en una zona que guarda concomitancias con la geografía de Saer. Herencia legítima de una estética que barrió los estereotipos del regionalismo y la narración centrada sólo en el acontecimiento. Historias de abandonados y bastardos, da falsos apellidos y de mujeres que remontan solas la pobreza, mitos de falsos esplendores, de seres que vagan por ciudades americanas y europeas, amantes sostenidos apenas por un e-mail, sin la necesaria cercanía, cubriendo esa distancia con referencias al cine o a la música (“Mi vida dibujaba un juego enloquecido de cartógrafos”, se dice) o en otros casos, con la misma Historia, que viene a plantear sus dilemas.
Beatriz Actis incluye en la delicada trama de los sobrevivientes a los republicanos, a los eslavos, a los judíos polacos y alemanes, etc., lo que confirma una visión amplia acerca de las vicisitudes de la condición humana.
Por obra del azar, o porque la sutileza de la autora así lo quiso, el último relato, titulado bellamente “Es noche en Panamá”, desliza un leve atisbo de esperanza, sugiriendo que la mujer que despierta en un hotel del Caribe puede, tal vez, revertir un estado de cosas y avanzar hacia el amor.