lunes, 12 de octubre de 2009

Cruces cierran los campos

Foto de Miguel Grattier



"Cruces cierran los campos" (novela), fragmento



Beatriz Actis







SEIS:
Underground

Hay penas que es preferible ignorar, parece creer mi padre. El viaje había resultado el modo en que se propuso impedir aquella pena reciente; de veras lo intentó. Lo poco que logró, sin embargo, fue que no pudiese ser testigo inmediato de la muerte de mi hermana. Como si cerrar los ojos y no ver su cuerpo inmóvil para siempre fuese a cambiar los hechos, a borrar la historia. Mi familia posee cierta recurrente inclinación hacia el pensamiento mágico.
El modo en que él, mi padre, me había protegido de la pena consistió en aquella ingenuidad: impedir que viese el cuerpo desnudo de mi hermana temblando en el fondo del pozo en el centro mismo del patio de la casa, alejarme de los trámites policiales y judiciales, y sobre todo, de la vergüenza familiar ante las murmuraciones de la gente, preparando mi viaje a Londres casi el mismo día de la muerte de Elvira. La gente de esta mezquina ciudad, ante el suicidio, preguntaba en voz alta: “Por qué”, e inmediatamente confesaba, en voz más baja y entre suspiros calculados: “La pobre tenía que terminar así” o bien: “Siempre lo imaginé”, que era una manera encubierta de decir: “Para qué iba a seguir viviendo de esa manera”.
En Londres vivía en ese entonces mi hermano Julián. Uno de mis tíos (Eugenio, el hermano de mi padre), que desde hacía años ocupaba un puesto importante en el Banco de la Nación en Buenos Aires, había sido asignado en la delegación del Banco en la capital de Inglaterra mucho después de terminada la guerra, cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas. “Siempre tuve vocación imperial”, dijo Julián, al enterarse. Y yo sé que pensaba, sin verdadero agradecimiento hacia Eugenio, que el tío se comportaría -fiel a su conducta de años- con la soberbia de un embajador y no con la naturalidad aburrida de un empleado de banco. Eugenio era “el que había triunfado en la familia”: tía Gloria y mi padre, los otros hermanos, estaban definitivamente varados en la quietud, detenidos en Santa Fe hasta la muerte, sin ninguna convicción frente a sus destinos.
Julián -cuyo vínculo con Inglaterra consistía en haber visto varias veces las películas de Richard Lester en las que actuaban Los Beatles, lo cual era una especie de excentricidad entre los hábitos de nuestra generación, y admirar las antiguas motos inglesas- convenció a la familia y se fue a vivir a Londres con el tío Eugenio, quien lo aceptó a su lado por una especie de vieja lealtad hacia mi madre, como le confesó casi borracho una noche (Julián me lo había contado, breve y sarcástico, en una de sus primeras llamadas telefónicas desde Londres, y había confirmado lo que ya suponía: el ofrecimiento de Eugenio sellaba la competencia con nuestro padre, remarcaba su fracaso, ese ir y venir de negocios que se abortaban desde el primer intento, esos proyectos inconclusos que signaban su vida y opacaban el recuerdo de aquella breve y lejana prosperidad, lograda durante nuestra infancia, cuando vivíamos en Sauce Viejo y Eugenio y nuestro padre eran dueños de una librería en Santa Fe, en la época de bonanza anterior al accidente de Elvira). Julián sentía “curiosidad por el primer mundo, por planificar una vida sin sobresaltos, una vida en que la economía y los gobiernos fuesen estables”, dijo mi padre. Supe, claro, que mi hermano jamás habría hecho una afirmación semejante.
Mi padre, en cambio, solía murmurar en los momentos de crisis: “Por qué habré tenido que nacer en este bendito país”. Aquél era, sin dudas, un pensamiento propio de la vejez prematura de mi padre -a Elvira le llamaba la atención que, incluso renegando del país, lo llamase “bendito”- y también la motivación de mi tío para aceptar el trabajo y radicarse en Inglaterra.
Así fue como yo, el menor de los hermanos, tras la tragedia familiar, partí desde Santa Fe hacia Londres debido a la voluntad sincera de mi padre que insistía en que viajase escapando del presente. Muerta Elvira, nos habíamos quedado de nuevo los hombres solos.


(...)

1 comentario:

  1. Qué ganas de leer la novela me dio este fragmento!!!! me atrapó........

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